Estos autobuses tienen Wi-Fi, zona para trabajar y app con seguimiento: así busca FLiX cambiar los viajes en México
- Oscar C
- hace 11 horas
- 6 Min. de lectura

Cuando era niño, mis papás se fueron a Estados Unidos para darme una vida mejor. Apenas recuerdo cuando se marcharon; en cambio, una de mis primeras memorias de las que soy consciente todavía es la de ir sentado en un autobús. Iba en la ventana, olía a huevo revuelto, pero no importaba demasiado; a un lado de mí estaba mi abuela y del otro lado del pasillo estaba mi abuelo, con su característico sentido del humor. Íbamos rumbo a Oaxaca, el pueblo de origen de ellos.
Por años, sobre todo en vacaciones de verano, mis días enteros los pasaba sentado en un camión. Jugando con mis carritos que guardaba en una mochila de oso de peluche, que aún conservo. Era ir y venir de Oaxaca a Ciudad de México, observando el paisaje, los grandes montes, las casetas que parecían eternas y hasta el anuncio negro de un toro, que siempre me engañaba y pensaba que realmente había uno al final de la carretera. Ahora, he visto la evolución de esos autobuses en mi viaje con FliX.
FliX, actualizarse o morir
Cuando me dijeron que volaría a Europa a tomar un servicio de autobús de larga distancia, mi primer pensamiento fue: “¿para qué?”. Antes de saber quién era la marca y cuál era su objetivo, solo podía pensar en los largos viajes con mis abuelos y en lo abrumador que era tomar un camión de este tipo, desde la travesía de ir a la terminal a buscar un boleto, el esperar por horas y el tiempo incomunicado, si es que alguien te esperaría al llegar a tu destino. Una vez que supe todo acerca de la marca, solo era cuestión de esperar.
FliX es un Uber, pero de autobuses. Su servicio se basa en una aplicación donde solicitas el viaje, pagas y hasta lo puedes modificar ante cualquier situación. Su objetivo, según Miguel Ángel Uriondo, Director de Comunicación y Asuntos Públicos de FliX en España, es tener un servicio útil, con precios competitivos, con rutas que realmente beneficien al usuario y con tecnología. No buscan un servicio premium, pero sí uno funcional y digno para todas las partes.

FliX comenzó mi travesía en Burdeos, al sureste de Francia. Ciudad clásica con edificios pequeños, un tranvía y una terminal de trenes. De entrada, pensé que mi autobús rumbo a Bilbao saldría desde esta terminal; pero no, su parada se encontraba en otro lado, a un costado de un puente con un gran letrero verde chillón con el logo de la marca y un mensaje de la parada. No había baño, un puesto de comida o una gran terminal; más bien parecía la estación de una combi.
Al llegar a la parada, ya había muchas personas con maletas y mochilas. Un gran autobús con ese verde chillón y que parecía de doble piso estaba ahí recogiendo gente. Uno por uno subían al autobús después de que el conductor leyera el código QR de su aplicación de FliX y echaban sus maletas en la cabina. A la vez, más gente bajaba y se alejaba con sus maletas. Personalmente, fue muy revelador que el autobús pudiera tener una ruta larga donde pudieran bajar las personas en pequeñas paradas y subir a otras. Repito, no son terminales, sino paradas y sin bases ni siquiera en el punto final.

Poco después recibí una notificación en mi celular: el autobús de Flix venía retrasado por siete minutos. De llegar a las 9:05 de la mañana, ahora llegaría a las 9:12. Quizá sea la costumbre o el poco respeto que en general se le tiene al tiempo de las personas, pero rara vez imaginaría que por siete minutos se me tenía que notificar del retraso.
Viajas igual, pero diferente
Autobús de un piso alto; la parte de abajo sirve como bodega para maletas grandes. El transporte tiene un cuerpo robusto y que parece resistente, con esquinas bordeadas y un centro de mando bastante equipado. El conductor no va solo, tiene a su “chalán” a un lado, que en realidad es un conductor extra que viene para intercalar el manejo en distancias largas. Tan solo de Burdeos a Bilbao son 350 kilómetros en carretera y este camión viene desde Bruselas, en Bélgica.

Al sentarte hay mucho espacio entre cada fila del autobús; es como ir en clase económica, premium o ejecutiva, en algunos casos, de un vuelo en avión. Este mismo ancho permite que tus piernas se estiren con la tranquilidad de no molestar al de enfrente a la vez que, al recargarte hacia atrás, no afectarás a la fila posterior. El ancho es ideal para recostarte, estirar un poco los brazos y hasta para grabar sin que tu compañero de asiento se sienta incómodo. Como si fuera un avión, tienes una pequeña charola plegable para poner tu comida o hasta tu computadora. En mi caso, mi laptop de 14 pulgadas cabía a la perfección.
Debajo había una malla de red donde puedes poner revistas o, en el caso de los pasajeros antes de mí, su basura. Y ese es uno de los grandes problemas del servicio, que entre paradas no hay alguien que esté limpiando o recogiendo la basura, por lo que en las últimas paradas, antes del destino final, puede que los pasajeros que suban encuentren un autobús sucio o parezca descuidado. Y esto puede ser tanto bueno como malo, porque al final de cuentas FliX está pensado para ser eficiente y con buena relación calidad-precio, por lo que este detalle le correspondería cuidar al usuario.

Mientras que las conexiones USB de tipo A y USB-C son bastante eficientes para cargar el teléfono. Aunque lo que me gusta más es su entrada CA de enchufe tradicional, que me permite conectar una computadora sin problema alguno y trabajar por largas horas o, en su defecto, ver contenido desde una pantalla más grande.
Mi duda sobre esto es cómo va a envejecer la flotilla de FliX. Aunque Miguel Ángel Uriondo también mencionó que la longevidad máxima será de entre cinco y seis años. Otro punto que no puede pasar desapercibido es el Wi-Fi que integran. Falla mucho en algunas zonas montañosas y carreteras en medio de la nada y, aunque parte de esto se debe a que funciona con chip telefónico, me preocupa la señal en carretera que pueda tener en México.
A pesar de esto, fue agradable viajar en un autobús cómodo, grande para lo que estaba acostumbrado, pensando además en que venía de un par de vuelos donde la comodidad no era especialmente lo mejor. Pero sentarme en el autobús, mirar por la ventana mientras trabajaba y encontraba paisajes hermosos y hasta estadios imponentes, me hicieron recordar aquellos viajes de niño rumbo a Oaxaca.

FliX, una apuesta interesante para un servicio que parece olvidado en México
La última vez que compré unos boletos de autobús fue hace un par de años. El destino es mi favorito en la vida: Oaxaca; aunque en aquella ocasión la razón no era la mejor. Fue un suplicio encontrar un autobús porque no podía comprar directo en la aplicación y había líneas que te cobraban un ridículo precio adicional por comprar de esta manera. No solo era que no tenía humor para lidiar con la travesía previaje, sino que el servicio parecía estancado. “¿Comprar en taquilla? ¿Qué es esto, los 1600?”, pensaba.
Por ello, me parece que FliX tiene la oportunidad perfecta para modernizar el servicio de autobuses de largos trayectos en México y, ojalá, obligar a su competencia a modernizarse para seguir vigentes. La aplicación no es más difícil que usar Uber y siempre está la opción de que los adultos mayores le pidan ayuda a sus sobrinos y nietos. Además, si la flotilla tiene los mismos estándares, los viajes serán más cómodos y productivos, será una buena actualización. Tampoco voy a decir que es una revolución del diseño de los camiones, pero sí es una evolución concreta de lo que ya conocía.

FliX es un servicio eficiente, moderno y atractivo que llega a México para darle un nuevo aire al servicio de los autobuses de larga distancia, que parecían olvidados. La aplicación es fácil de utilizar, con métodos de pago tan sencillos como en Uber y con rutas que, si están bien estudiadas, podrían ahorrarle mucho dinero al usuario final. Me preocupa el tema de la basura, el internet y la higiene en el baño.
Eso sí, disfruté mi viaje de más de cinco horas: trabajé sin problema alguno, dormí una hora de manera más que cómoda y hasta me dio tiempo de ver increíbles pais. Por un momento me transporté a ese niño que iba a Oaxaca cada semana y en la ventana construía historias de lugares o de sus mismos juguetes sin que otra cosa importara.
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